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La catástrofe de Valencia nos ha recordado algo que no podemos seguir ignorando: la naturaleza, por mucho que intentemos someterla, siempre tendrá una fuerza mayor a la que jamás podremos igualar. El cambio climático no es una teoría lejana ni una estadística abstracta; se trata de una realidad que, como acabamos de ver, se manifiesta en forma de desastres naturales, afectando nuestras vidas, nuestros hogares y nuestra seguridad.

Hemos vivido décadas de crecimiento impulsado por la idea de «tener más», de alcanzar el progreso a costa de los recursos naturales. Nos hemos permitido ignorar las señales de advertencia: el incremento de las temperaturas, la deforestación, la contaminación de nuestros mares y la pérdida de biodiversidad. Sin embargo, la naturaleza no olvida y, tarde o temprano, nos muestra el precio de nuestras acciones, incluso en momentos y lugares que consideramos «seguros».

Es importante que no nos culpemos individualmente, ni como sociedad, por estas situaciones. No se trata de señalar al consumidor ni de cuestionar nuestras acciones cotidianas, sino de reflexionar sobre las decisiones a gran escala que impactan nuestra relación con el planeta. En la esfera política, vemos cómo a menudo se depende de teorías generales que intentan abarcar la realidad mediante aproximaciones sociológicas. Pero, si bien estas ciencias ayudan a entender el comportamiento humano, no tienen la capacidad de prever fenómenos naturales con la precisión que las matemáticas y la estadística sí pueden ofrecer.

La ciencia puede proporcionarnos herramientas para anticipar y mitigar los efectos de estos eventos. Sin embargo, aún falta un enfoque más efectivo en la toma de decisiones políticas basado en datos científicos, en lugar de suposiciones generales. La política, la gestión urbana y los planes de emergencia deben evolucionar para dar paso a estrategias preventivas que puedan reducir el impacto de eventos como el que hemos vivido en Valencia.

El ejemplo de Valencia nos enseña que no podemos darnos el lujo de mirar hacia otro lado. Podemos vivir en una sociedad que celebra el consumo, la comodidad y el «desechable», pero es hora de reflexionar si estamos pagando demasiado caro. Desde nuestras decisiones diarias hasta el modo en que diseñamos y construimos nuestras ciudades, necesitamos un cambio que nos acerque a la sostenibilidad y al respeto por el medioambiente.

Nos encontramos en un punto en el que solo podremos ver resultados si replanteamos nuestra relación con el entorno: optar por rediseñar y reutilizar, reducir el consumo y pensar en términos de ciclos naturales en lugar de producir para desechar. La alternativa no es solamente posible, sino necesaria. Elegir materiales sostenibles, promover el reciclaje ecológico y abrazar la simplicidad son solo algunos de los pasos que podemos dar para demostrar que entendemos el mensaje.

La naturaleza tiene el poder de regenerarse, y, por eso, aún estamos a tiempo de convertirnos en parte de la solución en vez de continuar siendo parte del problema. Hoy más que nunca, es vital que actuemos con la responsabilidad y el respeto que la Tierra nos exige. Valencia ha sido una lección dolorosa, pero también una oportunidad para aprender y para impulsar un cambio que empieza en lo individual, pero que necesita de la voluntad política y social para ser real.

¿Estamos listos para escuchar?

«Post «escrito por Carmen Rubio