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Vertedero en Nezahualcóyotl (Estado de México), en marzo de 2021.Barcroft Media (Barcroft Media via Getty Images)

Teléfonos y televisores inteligentes, cámaras de fotos, ordenadores y una larga lista componen el conjunto de artefactos tecnológicos que todos hemos comprado, usado y desechado alguna vez por el deseo de obtener un modelo superior o cuando llega su fecha de caducidad. La obsolescencia programada tiene que ver con la vida útil de los productos, de manera que estos se diseñan para que, en un espacio corto de tiempo, dejen de funcionar. Es un fenómeno con consecuencias devastadoras para el planeta en el que vivimos.

Hablando en cifras, la Asociación Mundial de Estadísticas de Residuos Electrónicos advierte que, solo en 2019, se produjeron 53,6 millones de toneladas de residuos electrónicos y tan solo un 17,4% de ellos fueron recogidos y reciclados de forma apropiada. Pero, ¿alguna vez nos hemos parado a pensar dónde va el porcentaje restante de productos que no se reciclan? La respuesta se encuentra en los países más pobres del mundo. Los cementerios de desechos electrónicos continúan proliferando en dichos países albergando todos los restos, tanto de las antiguas como de las nuevas tecnologías, provocando una situación cada vez más contaminante.
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Vía: El País